Claudio de Lorena
1639-40
© Museo Nacional de El Prado
FUENTE: www.museodelprado.es
Representar en un cuadro la envolvente luz crepuscular es un reto al que diferentes pintores se han enfrentado a lo largo de la historia. Uno de los que superó este reto con brillantez, rozando la perfección, fue el paisajista francés Claude Gellée, apodado en Francia Le Lorrain y conocido en España como Claudio de Lorena (1600-1682). En esta obra maestra, que invita una y otra vez a su contemplación, la luz amarillenta que emana de la parte inferior del cielo, nos impide ver directamente el disco solar, cuya presencia delatan los reflejos en las pequeñas olas que mecen las aguas del antiguo puerto italiano de Ostia. Tal y como expresa, acertadamente, el profesor y conservador del Museo del Prado, Juan José Luna: “El horizonte, con luz de amanecer, desaparece en medio del resplandor que se proyecta hasta el riguroso primer término, consiguiendo una sensación de profundidad que conduce la vista hacia un fúlgido infinito.” La presencia de un horizonte bajo, ocupando sólo el tercio inferior del lienzo, permite que el medio atmosférico domine la escena. La combinación de esa atmósfera cálida, el cielo nacarado, y la armonía y majestuosidad de las formas clásicas que vemos en perspectiva, dotan al conjunto de una gran belleza, captando nuestra atención y transmitiendo una gran serenidad. El cuadro, dominado por el paisaje, casi esconde el motivo religioso que Claudio de Lorena recibió el encargo de pintar, ya que nos muestra la partida, desde el citado puerto de Ostia, de Santa Paula de Roma hacia Tierra Santa, en el año 385.
© José Miguel Viñas
Permitida la reproducción total o parcial de este texto, con la única condición de que figure el nombre del autor y la fuente: www.divulgameteo.es