Vincent van Gogh
Año 1889
© Museum of Modern Art (MoMA), Nueva York.
En la pinacoteca meteorológica no puede faltar esta famosa “noche estrellada”, a pesar de tratarse de unos cielos nocturnos que tienen bastante de oníricos. En junio de 1889 Vincent van Gogh (1853-1890) los pintó desde la habitación del sanatorio de Saint-Rémy, en la Provenza, donde el artista fue ingresado debido a sus ataques epilépticos. Tan lamentable estado le sumió aún más en la depresión que le acompañó toda su vida, como consecuencia de la enfermedad mental que padecía. La escena representa la panorámica que veía el pintor desde el ventanuco de su estancia, su única visión del mundo exterior. El interés de Van Gogh por la noche, las estrellas y la luz de luna no se limita a este cuadro, ya que pintó varios de temática parecida. En este lienzo encontramos diferentes elementos simbólicos, como el oscuro ciprés de la parte izquierda, que alude a la muerte, en contraposición al luminoso y sugerente cielo, dotado de movimiento, que conforma el inconmensurable firmamento; el destino final de los hombres. En palabras del propio Van Gogh: “Por mi parte no sé nada a ciencia cierta, pero sí sé que contemplar las estrellas me hace soñar: Me pregunto si los puntos brillantes del cielo no podrían ser tan accesibles como los puntos negros que salpican el mapa de Francia. Igual que un tren nos lleva a Tarascón o Ruan, la muerte nos lleva a las estrellas.” Las dos grandes espirales nebulosas entrelazadas entre sí bien podrían estar sugiriéndonos el carácter turbulento de la atmósfera (su dinámica). Las estrellas que tachonan el cielo las sobredimensiona el artista, seguramente para remarcar la pequeñez de los hombres frente al cosmos. La luna, pintada de un color naranja irreal que nos recuerda más al sol que a nuestro satélite natural, está rodeada de una brillante aureola, lo mismo que el lucero del alba –Venus–, representado sobre el horizonte junto al ciprés, en este caso de intenso color blanco. El ancho sendero luminoso que recorre la línea del horizonte nos sugiere la luz crepuscular, estando el pueblo de la parte inferior sumido en la oscuridad. Todo ello da como resultado una de las composiciones pictóricas más universales.
© José Miguel Viñas
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