Nada mejor que unos transeúntes con paraguas para ilustrar un día de lluvia en una calle de París, tal y como reza el título de este cuadro. Se trata de la obra más conocida del pintor y mecenas francés Gustave Caillebotte (1848-1894); calificada por algunos estudiosos como la más fotográfica de toda la pintura del siglo XIX. El cuadro ofrece un testimonio gráfico de primera mano del París moderno que vio crecer el artista, y también refleja fielmente el tipo de tiempo más representativo de la capital francesa; no en vano, allí llueve en promedio 120 días al año (uno de cada tres). La calle por la que transita la pareja que aparece en primer plano es una de las que confluyen en la Plaza de Dublín, que aparece justo detrás. Esta zona comenzó a urbanizarse cuando Caillebotte era un joven artista. El emperador Napoleón III quiso transformar París en una ciudad que simbolizara el progreso y la modernidad, para lo cual se llevó a cabo un ambicioso proyecto urbanístico que tuvo en este barrio parisino uno de sus mejores exponentes. La alta burguesía se instaló allí, en los edificios monumentales que se construyeron en la colina donde estaba la antigua ciudad medieval. El trazado urbano pasó a estar dominado por espaciosas calles y avenidas como las que aparecen en el cuadro. Cautivado por este nuevo París, Caillebotte introdujo deliberadamente muchos paraguas en su cuadro, ya que por aquel entonces simbolizaban la modernidad. Si bien su uso empezó a extenderse por Inglaterra a finales del siglo XVIII –gracias al empeño que puso el comerciante inglés Jonas Hanway (1712-1786) porque lo usaran tanto los hombres como las mujeres–, no fue hasta unos pocos años antes de la ejecución de este cuadro, cuando se comenzó a comercializar el paraguas de varillas, plegable y ligero que conocemos hoy en día, y que comprobamos que llevan los personajes retratados. El citado paraguas fue presentado en París en 1855 por el fabricante inglés Samuel Fox (1815-1887) y obtuvo la licencia para fabricarlo y comercializarlo en 1871, bajo el nombre de “Paragon”. En el cuadro no se llegan a apreciar las gotas de lluvia cayendo por el aire, ni se intuyen tampoco sobre la tela de los paraguas; solo un par de detalles desvelan la presencia del agua en el suelo: el empedrado de la calle, donde aparecen anegadas las separaciones entre los adoquines, y el buen tratamiento pictórico de la sombra de la farola sobre la acera.